Nunca una ley en el país cambió, por sí misma, la vida de nadie. Son las acciones de los líderes (políticos, sociales, etc.), las grandes reformas pendientes, las que movilizan y logran los grandes cambios que transforman la realidad. La respuesta, desde Lima, ante el pedido de la constituyente ha sido una rotunda negativa. En esa línea de cerrarle el paso a la idea constituyente se inició toda una gesta para obtener firmas y evitar la misión.
Sin embargo, nunca se echó cabeza a la imagen poderosa de decir que sobre eso no había nada que hablar. Todo esto generó, en el contexto de un país hábilmente dividido históricamente por políticos mal habidos, la sensación de que una “parte” no quiere hablar con la “otra”. Es esta postura la que ha enardecido las protestas y las ha llevado a extremos violentos y radicales.
Hoy es un poco tarde para dialogar. En una situación de calma y tranquilidad es cuando se construye una conversación y no cuando los ánimos están exacerbados. Lo que toca hoy es aplicar la ley con equilibrio. El reclamo de la constituyente, es ese. Un reclamo de insatisfacción, de postergación que se soluciona con una primera acción en verdad sería revolucionaria: la posibilidad de escuchar. Escuchar eso que nadie quiere escuchar. Porque escuchar no implica asumir la responsabilidad, pero sin duda alguna determina tomar consciencia de la realidad.